Creo que las tesis de Huntington sobre el “choque de civilizaciones”, atacadas por unos y celebradas por otros cuando fueron expuestas, merecerían ahora un estudio más atento y menos apasionado. Nos hemos habituado a la idea de que la cultura es una especie de panacea universal y que los intercambios culturales son el mejor camino para la solución de los conflictos. Soy menos optimista. Creo que sólo una manifiesta y activa voluntad de paz podría abrir la puerta a ese flujo cultural multidireccional, sin ánimo de dominio por ninguna de las partes. Esa voluntad tal vez exista por ahí, pero no los medios para concretizarla. Cristianismo e islamismo continúan comportándose como irreconciliables hermanos enemigos incapaces de llegar al deseado pacto de no agresión que tal vez trajera alguna paz al mundo. Pues bien, ya que inventamos Dios y Alá, con los desastrosos resultados conocidos, la solución tal vez esté en crear un tercer dios con poderes suficientes para obligar a los impertinentes desavenidos a deponer las armas y dejar en paz a la humanidad. Y que después ese tercer dios nos haga el favor de retirarse del escenario donde se viene desarrollando la tragedia de un inventor, el hombre, esclavizado por su propia creación, dios. Lo más probable, sin embargo, es que esto no tenga remedio y que las civilizaciones sigan chocando unas contra otras.
Leo a Leo. Leemos a Leo. Leamos a Leo.
DEVOLUCION TOTAL
Las multinacionales tienen que devolver todo lo que robaron en América Latina y al mundo los últimos cien años. Inglaterra también, tiene que devolver por lo menos lo que robó en el siglo veinte y en el diecinueve. Con o sin intereses, eso será cuestión de negociarlo después, pero lo tiene que devolver ya, a la India, a África, a América Latina. Y lo tiene que devolver aunque se lo haya gastado. Y lo tiene que conseguir sin robar. Tiene que trabajar. Y España también. Tiene que devolver todo lo que robó durante la conquista y lo que sigue robando con su empresa telefónica en toda América Latina. Tiene que deshacer su siglo de oro, fundirlo, desmenuzarlo y devolverlo. O si no, que saque de donde pueda, que sude. Si no le alcanza la población que tiene, que hagan doble o triple turno, como hacen los latinoamericanos cuando tienen la suerte de que alguien acepte explotarlos y oprimirlos. Y Francia también, que devuelva todo lo que robó en Haití, en
Martinica, en la Guayana, aunque primero tiene que devolver las propias Martinica y Guayana, que no le son propias. Y el Imperio Romano tiene que devolver todo lo que le robó a los galos, y a los iberos, a los celtas, etc., etc. Y si el imperio romano no existe más, la deuda la tiene que pagar el imperio norteamericano, que es el que terminó heredando el botín, que fue pasando de mano en mano a través de los siglos. Y después hay que arreglar cuentas en Latinoamérica, también. Cuando España, Portugal y Estados Unidos devuelvan todo, nada de quedárselo los latinoamericanos ricos. Hay que dejárselo a los indígenas, y la tierra también, y los descendientes de europeos que se quieran quedar tienen que pedir permiso. Los africanos no, pero nosotros sí. Nada de Argentina, Brasil, República Oriental, Bolivia, Colombia, todo eso es mentira, hay que devolver la tierra y el mapa como eran antes. Y si no sabemos cómo era, a estudiar todo el mundo. Nada de estudiar inglés, eso el que quiera que lo haga después; primero hay que pagar la deuda. Para saber cuánto es hay que estudiar araucano, toba, aymara, y hay que estudiar el calendario maya para poder calcular los intereses. Y basta de hablar, hay que empezar a devolver ya. Cada minuto es un árbol más, un tapir más que se debe. Cada palabra europea, cada nota afinada con el diapasón es un insulto a las culturas autóctonas. Hay que callarse y pagar.
Es del libro "Horóscopos y otras sentencias" (Ediciones de la Flor, Argentina, 2003).